Piedra de Toque
De todos los libros o investigaciones que he iniciado y nunca concluido, de dos en particular he garabateado las primeras páginas hasta en tres oportunidades cada uno; pero siempre la falta de tiempo, el trabajo alimenticio o las obligaciones familiares, además de las falsas excusas de siempre, han impedido que avance lo suficiente como para ponerles el punto final correspondiente. El denominador común de estos dos trabajos (además de su permanente carácter de nonatos) es que se sumergen en la obra periodística de dos autores que ocupan mi tiempo y mi atención de manera casi permanente: Timothy Garton Ash y Mario Vargas Llosa. Historiador uno, novelista el otro, ambos tienen una ingente como valiosa producción periodística que en nada palidecen frente a la obra que, en sus respectivas especialidades, cada cual ha escrito.
De Timothy Garton Ash, cuyas colaboraciones en “The Guardian” entrega puntualmente en nuestro idioma “El País” de España, me ocuparé detalladamente en otra ocasión. Rápidamente diré que sus textos periodísticos comentando la actualidad mundial son el perfecto ejemplo de lo que todo historiador no debe perder de vista: atención al mundo que lo rodea, perspectiva histórica en cualquier análisis que se haga sobre la realidad inmediata y, especialmente, un dominio magnífico del lenguaje para conseguir lo que debe ser el objetivo de todo científico social: que hasta el más simple de los mortales lo entienda. En resumidas cuentas, cada pieza periodística que Garton Ash entrega es una prueba de cómo el archivo, la biblioteca o el museo no son la torre de marfil de los historiadores que muchos creen que son. Con Vargas Llosa, en cambio, la historia es otra.
Ahora que tengo sobre mi mesa de trabajo los tres tomos de su obra periodística completa (“Piedra de toque”. Barcelona: Círculo de Lectores, 2012, 3 vols.), tengo la inevitable sensación de que tal vez, ahora sí, no encontraré manera, excusa o pretexto para escabullirme de la tarea. O tal vez sí.
Porque lo primero que hay que decir de esta publicación, para empezar, es que, curiosamente, no está completa. Sí, pese a las más de mil quinientas páginas de cada uno de sus tres volúmenes, esta magnífica edición viene con el pecado original de tener yerros y omisiones que con solo pasar uno los dedos por el índice se percata de que ahí falta algo. Y no tanto porque Don Mario haya seguido publicando, desde su aparición en julio del año pasado, su columna quincenal, sino porque lastimosamente el responsable de la edición ha incurrido en omisiones que a algunos se nos antoja imperdonables. Dos lectores mexicanos, por ejemplo, vargasllosianos hasta la médula, han identificado hasta cincuenta de ellas con título y fecha de publicación de un modo tan rápido y sencillo que me pregunto a quién contratan las grandes editoriales para hacer el trabajo que dos devotos lectores, armados tan solo con una conexión casera a internet, hacen mejor en la habitación de sus casas.
No obstante lo dicho, no deja de ser útil esta edición ‘completa’ de “Piedra de Toque”. Una ocasión inmejorable para volcarse sobre los más de mil artículos que la componen y que son el registro, a lo largo de cinco décadas, de una obra que ha crecido, transformado y cambiado tanto como nosotros mismos. Como dice el propio Vargas Llosa, todo está allí. “Lo que hacía, veía y oía, los viajes y los libros, los amigos y los enemigos, las manías, las fobias, las simpatías y las diferencias, las ilusiones y desilusiones políticas, mis opiniones y rectificaciones, mis aciertos y mis errores, mis encantos y desencantos literarios, y también, y acaso sobre todo, constante y voraz, una pasión infantil por vivir todo mi tiempo hasta los tuétanos”.
También, por supuesto, ese inconfundible estilo de párrafos largos y frases subordinadas que podrían desorientar a cualquier lector, pero que en manos de Don Mario se convierte en su marca distintiva. Una forma de escritura periodística tan particular y bien lograda que a mí me sigue intrigando su factura. El último que publicó, por ejemplo, este fin de semana en La República, y en donde menciona al historiador francés Marc Bloch (y que entusiasmó tanto a tantos amigos historiadores) es una buena prueba de ello. El texto se inicia con un párrafo de ¡catorce líneas! que es una sola frase de principio a fin sobre porqué llegó a dónde llegó y lo que le pasó. Lo supera el tercero, de dieciséis líneas, también una sola frase sobre el libro que comenta. Hoy ningún editor permitiría que uno de sus redactores le entregue un texto de semejantes características. ¿Por qué a Vargas Llosa sí? ¿Solo porque es Vargas Llosa?
Me inclino a pensar que más que el prestigio del autor, es el estilo en sí mismo, por enrevesado que pueda parecer, el motivo de que “Piedra de Toque” se haya mantenido vigente por más de medio siglo. De que las columnas periodísticas, reportajes o artículos de opinión que lo componen están impregnados de una sinceridad y una vitalidad fundamentales para lograr esa permanencia. Uno podrá estar de acuerdo o no con Vargas Llosa en muchas de las cosas sobre las que escribe, pero hay que convenir en que su ‘trabajo periodístico’ ha contribuido como pocos a un edificar un periodismo ético y de buen gusto entre nosotros. Entendido esto último como un periodismo bien escrito, fundamentado en ideas y no en frases efectistas y, sobre todo, esencialmente honesto. Por eso le perdonamos, le perdonan todos, esos enormes párrafos y sus frases kilométricas.
Lo que resulta imperdonable es que tenga que volver a pagar por una reedición de “Piedra de Toque” auténticamente completa cuando los editores subsanen los errores y omisiones de la primera. Un auténtico fastidio.