Había ido a pagar la pensión de la universidad de mi hijo y dispuesto a utilizar bien lo poco que resta de mi sueldo luego de pagar una mensualidad que me está produciendo una ulcera encima de la que ya tengo, cuando decidí entrar a la librería del campus y darle buen uso al sencillo que quedaba en mis bolsillos.
Pensé en comprar el reciente libro de Pablo Ortemberg sobre los “Rituales del poder en Lima”, o la “Historia de la Arqueología en el Perú del siglo XX” que acaba de publicar el IFEA, pero el precio de ambos superaba lo disponible. Enrumbé hacia los estantes de novedades literarias, pero ahí los precios son todavía más prohibitivos que los de Historia. Estaba ya por darme por vencido cuando una casi indiferente revisión de los anaqueles de periodismo me llevó a uno de los descubrimientos literarios más importantes que haya hecho en los últimos años. Apretujado entre textos sobre el periodismo del siglo XXI (que de nuevo ya no tiene nada) y las crónicas reunidas de Monsiváis y Jon Lee Anderson, estaba el librito de un autor del que nunca había leído nada y escuchado muy poco: Julio Camba.
En “Maneras de ser periodista”, Francisco Fuster, el editor, reúne una treintena de artículos de este periodista español que, me entero, fue una celebridad en su tiempo. Maestro del artículo breve, irónico con elegancia tanto como con inteligencia, un demoledor sin pretensiones que utilizaba frases como mandobles, Camba ha sido toda una revelación para mí. Un escritor de esos que uno descubre una vez en la vida y en el momento preciso. Y no me refiero a la edad de uno (porque, valgan verdades, yo ya estoy doblando la esquina), sino al momento en que uno sabe que escribe porque es lo único que le da sentido a algunas cosas que ya no tienen sentido como es el seguir escribiendo, por ejemplo. Dato curioso porque lo primero que uno lee de él es que Camba no se tomaba muy en serio su propia profesión de periodista (los artículos reunidos, pueden dar fe de ello), pero hay que ver como sienta cátedra en cada uno de los textos que, sobre el oficio, escribe con sencillez, precisión y mucho humor. Y honestidad. Camba es tan honesto que es capaz de decir que escribe para ganarse el pan y que, con ese fin, convierte cualquier asuntillo o tema en una columna o artículo, pero con la seriedad y la pulcritud de quien se sabe leído y admirado por miles (“Los cafés deben ser amenos; los periódicos deben ser entretenidos”). Y además con una brevedad que asombra que resuelva el asunto del que se ocupa en un par de líneas.
Esta brevedad, que es su marca distintiva y que lo consagró en su tiempo, no por ello deja de ser menos penetrante, aguda y corrosiva. Una economía de palabras y recursos en la que el desenfado y la irreverencia son su mejor reemplazo. Y en donde el talento del periodista se aprecia desde el titular mismo (“Anatomía de la inspiración”) o la primera línea (“El calamar se parece al periodista en dos cosas fundamentales: en que puede tomar a voluntad el color que más le convenga y en que se defiende con la tinta”).
Ahora que lo pienso bien (y que confirmó buscando el libro), recuerdo que sí he leído a Camba. Lo leí en la antología del artículo español del siglo XX que Justino Sinova publicó hace un tiempo. Pero es un artículo que, pese a todas sus señas de identidad personales, no llega a la altura de los incluidos en “Maneras de ser periodista”. Y es que es uno de asunto político. Y si en algo destacó Camba fue en el artículo costumbrista, en el relato de viaje y el texto autobiográfico. La política, por lo visto, no le iba bien cuando de escribir se trataba. O tal vez sí, pero el que eligió Sinova es que le menos favor le hace. Como menos favor le hace seguir escribiendo sobre él y no empezar, de nuevo, este maravilloso librito que me devolvió la alegría luego de rumiar problemas sin importancia que a Camba, seguramente, le habrían servido para una columna.
- Ficha:
"Maneras de ser periodista"
Edición de Francisco Fuster.
Madrid: Libros del K.O., 104 pp., 2013.